En la década de los ochenta del siglo pasado, compré una casita modesta en Playa Chiquita de Puerto Viejo de Limón. Entonces no había electricidad ni agua potable, lo que me obligaba a llevar un estilo de vida elemental y austero, compensado por la grandiosidad del mar Caribe frente a mis ojos. En ese lugar de infinita paz y maravilloso silencio escribí esta novela. Tengo con las tertulias de mis vecinos –como la familia Downer que todavía vive ahí– y con el comisariato de Manuel León una muy merecida e impagable deuda de gratitud. Tatiana Lobo