Cualquiera que haya sido el lugar que las mujeres ocuparon en el sistema de castas colonial, ninguna se parece al estereotipo que el mito nos legó. Aquella mujer vestida de negro, los ojos bajos, atada al fogón de su cocina, beata de mil candelas al santo de su devoción, esposa frígida que hacía el amor al mismo tiempo que desgranaba las cuentas de un rosario, solo existió en el imaginario patriarcal.