Ismael, un niño de once años, muere una madrugada al caer del puente de Providencia, un pueblo rural. ¿Accidente? ¿Suicidio? ¿Asesinato? Es el misterio con el que empieza esta novela y que, a la vez, sirve como catalizador para el evento que destruirá el equilibrio precario de este pueblo pequeño: la demolición del puente y el comienzo de las obras, varias veces postergadas, que llevarán a su reemplazo.
Mediante una narración omnisciente, construida de inconscientes que se intercalan y gran profundidad psicológica, la novela investiga las vidas de ciudadanos que guardan, tras una máscara de idilio, su dolor y encierro sofocado. Así la falta del puente que antes conectaba, se convierte en un símbolo sobre la fragilidad del límite entre lo público y lo privado, el amor y el odio, la solidaridad y los rencores rezagados. El Puente de Ismael es la exploración crítica de un pueblo –quizás de un país– que no puede escapar de sí mismo, que debe enfrentarse y así enfrentar todo lo que hierve bajo la superficie de sus vidas humanas, aquellos que fluyen, a falta de un puente, bajo el peso de la historia y del azar.