Es en el comienzo de la sequía, durante nuestra estación más lacerante, cuando Carmín ferroso abre su estrecho camino de polvo y sed hacia la memoria y el recogimiento. El poemario parte de la concordancia cíclica de los ritmos humanos con los ritmos de la naturaleza, que aquí es huella siempre de otra cosa, velo sobre velo, oficio de ritos minúsculos que solo una mirada sin sombras puede captar. Esto no quiere decir que estemos ante un libro exento de tinieblas o de fácil penetración, pues es precisamente la densidad de sus velos lo que hace de Byron Salas un acontecimiento tan querido en la poesía actual, por tanto nos recuerda que todavía es posible una escritura que se comprometa con exprimir el sabor exacto de cada palabra y nos invite a gozar de la tensión de sus vocablos, del erotismo en sus liturgias, más allá del misterio de esa vida vivida que cada poema explora a manera de fragmentos o, como él mismo lo dirá, «de miembros enfermos/ramas mutiladas».
Lector peregrino, bienvenido al bosque de los símbolos, a la gruta que vigilan los felinos, a la penumbra dichosa donde el canto se levanta por vez primera. No hay aquí desdén por el misterio ni miedo ante el extrañamiento de nuestro mundo inmediato: este es un espacio para la duda que se canta con el pájaro y el hada, con el sapo y el ratón, con la hija que le hereda la memoria a su madre.
Catafalco es el refugio que buscábamos, el estanque que sacia la sed; es un testimonio nuestro que susurra una mujer de hace mucho tiempo atrás: esta es mi forma de contar lo que he visto.
Un muerto dentro de un tanque de agua como premonición, eslabón de muertes que anegarán a una familia. Una familia como refracción de la humanidad y lo que morirá con esta a causa de su corrupción: ¿la confianza?, ¿la esperanza de vivir?, ¿las mujeres, una tras otra?, ¿la posibilidad de escapar?, ¿la palabra futuro?
—Parece que el sol se cae a pedazos.
—Sí, es como si nos quisiera decir algo.
Infierno es el círculo que la autora reservó a los vivos en esta obra de teatro. No hay metáfora en la fatalidad de la inacción y el silencio ante el dominó de vanidad, odio, control, la corrupción y sus linajes de poder.
—¿Qué nos queda?
—Nos queda imaginar.
—Imaginar…
«¿Usted cree que esto le interese a alguien?», nos interpela uno de los personajes. Sí. Con el sello punzante, psicológico y onírico de la escritura postdramática de Ailyn Morera, celebramos su poética alevosía y su agudeza contra lo inhumano.
Alejandra Solórzano
«El descontento social aparece en esta obra expuesto mediante un lenguaje cercano que nos sugiere un país que conocemos y al que pertenecemos. Al mismo tiempo, utiliza figuras poéticas para expresar los horrores que dañan las subjetividades de las personas, principalmente las mujeres».
Jurado del IXI Concurso de Dramaturgia Inédita, TNCR
La bendición de las aguas desciende sobre la noche que no terminará jamás, sobre la sabiduría de los átomos y el bullicio de los seres pensativos que dan razón a una de las más eminentes y singulares poéticas de nuestro tiempo: la voz sin sombra de Alfredo Trejos, un poeta literalmente irrepetible, lúcido hasta el extremo en las dicciones que renombran la existencia e instauran con su revelación otra manera de entender el decorado crítico del mundo, la angustia moral de las palabras que descifran la muerte y otorgan sentido a la conmovedora aventura humana.
En este poemario hay hormigas y espejos donde se reflejan las personas en busca de rostro, hay una gravitación de ocultas fuerzas vinculadas a la desobediencia y al amor, puertas de par en par hacia las estrellas y el porvenir de los caminos que conducen a la iluminación de las constelaciones del vidente.