El vacío como elemento constitutivo -e inevitable- de la condición humana; la construcción de un “yo” que intenta afianzarse, paradójicamente, en tanto carencia y desposesión; la puesta en duda del significado absoluto y del “absoluto reinado de la razón”; la audacia, en suma, de una subjetividad que no teme retar los dictados de la “realidad” decretada imbatible, para atreverse a abordar –y a bordar– la tela incierta de los relativismos, son los rasgos que dibujan la novela de Rossi bajo el signo de la aventura impugnadora, gesto creativo por el cual María la noche adquiere, a la vez, el tono de asombrosa lucidez y el lugar relevante con que figura en nuestras letras.