El contacto auténtico que tuvo Fabián Dobles con el hombre y la mujer campesinos costarricenses, le dio la potestad de hacer de sí mismo un gran creador que nunca se desligó de sus raíces. Supo por la mirada de esas gentes bravas, humildes y sinceras, que Costa Rica –tal y como la conocemos en su mejor tradición y savia democrática– es el producto de los antiguos pioneros cuyas hachas y machetes proporcionan a nuestra geografía ese aire de hospitalidad y calidez, fruto del espíritu sencillo que hoy nos resulta elemento intrínseco del paisaje. Sin embargo, aquellos fundadores, entre los cuales hallamos la huella de nuestra propia sangre, aunque domaron la montaña y la espesura, no siempre tuvieron un desenlace idílico, entre el crecimiento de sus hijos y la sazón de sus cosechas. Detrás de su trabajo de cada día, los poderosos acaparadores de tierras fueron tejiendo el drama a base de argucias leguleyas y connivencias políticas: bases del despojo de nuestros campesinos y de su desolación como clase. El sitio de las abras es una obra que no enmascara este episodio conocido desde el surgimiento de las casas comerciales.