Lector peregrino, bienvenido al bosque de los símbolos, a la gruta que vigilan los felinos, a la penumbra dichosa donde el canto se levanta por vez primera. No hay aquí desdén por el misterio ni miedo ante el extrañamiento de nuestro mundo inmediato: este es un espacio para la duda que se canta con el pájaro y el hada, con el sapo y el ratón, con la hija que le hereda la memoria a su madre.
Catafalco es el refugio que buscábamos, el estanque que sacia la sed; es un testimonio nuestro que susurra una mujer de hace mucho tiempo atrás: esta es mi forma de contar lo que he visto.