Es en el comienzo de la sequía, durante nuestra estación más lacerante, cuando Carmín ferroso abre su estrecho camino de polvo y sed hacia la memoria y el recogimiento. El poemario parte de la concordancia cíclica de los ritmos humanos con los ritmos de la naturaleza, que aquí es huella siempre de otra cosa, velo sobre velo, oficio de ritos minúsculos que solo una mirada sin sombras puede captar. Esto no quiere decir que estemos ante un libro exento de tinieblas o de fácil penetración, pues es precisamente la densidad de sus velos lo que hace de Byron Salas un acontecimiento tan querido en la poesía actual, por tanto nos recuerda que todavía es posible una escritura que se comprometa con exprimir el sabor exacto de cada palabra y nos invite a gozar de la tensión de sus vocablos, del erotismo en sus liturgias, más allá del misterio de esa vida vivida que cada poema explora a manera de fragmentos o, como él mismo lo dirá, «de miembros enfermos/ramas mutiladas».